sábado, 27 de diciembre de 2008

LA VILLABUELA

Es imposible, en estas fechas, olvidar el cumple de la abuela Villa porque coincide con el soniquete pueril de los de san Ildefonso repartiendo millones. Mi abuela se llama Villaviciosa, que es el nombre de la virgen de su pueblo y de este, aunque empecé a llamarla Mami porque era como una madre, ya que los niños de los 70 utilizamos poco las guarderías. Últimamente mama me recuerda que como lloraba la deba pena y terminaba en casa de la abuela. La Mami, por tanto, como tantos abuelos hacia las veces de Nani, y en mas de una ocasión me negaba a irme cuando veían mis padres a recogerme.

En la casa de la antigua calle García Morato aprendí el Padre Nuestro, que a Cristo lo mataron los judíos, que los rojos eran muy malos y que con Franco vivíamos mejor.
La casa era militar como mi abuelo que en realidad siempre quiso ser monje capuchino y termino de teniente coronel de comunicaciones. Su vocación cristiana la sublimo colocando a medio pueblo en telefónica, cuando la vocación se frustra se hace lo que se puede, pero esta es otra historia para otro día.
La casa se distribuía a lo largo de un pasillo infinito para un niño de 3 años, oscuro y siniestro,decorado a ambos lados con pertrechos militares, insignias, diplomas de ascensos… así como una muestra de percheria y otros cachivaches cinegéticos. Rematando este esperpento vallinclanista había un altarcito con un Corazón de Jesús en tonos marrones de medio metro iluminado a media luz con una bombilla de vela. Fue en tal punto donde situé mis miedos infantiles, como un lugar tenebroso poseído por un espíritu que se lanzaba hacia mí y del que huía corriendo por el lúgubre pasillo flanqueado por los retratos sepia de la comunión de mis tías.

Hay otros recuerdos menos nítidos como el de la tía Sasi criando a escondidas todo tipo de avecillas, lo guapa que era Paloma y sus plantas de maría, y los maravillosos e imaginativos cuentos que inventaba Conchita en su mítica serie “Las aventuras de Patri”.
El recuerdo menos caduco, aparte de lo del Cristo, era la paella dominical que hacia el abuelo y que nos reunía a todos entorno a tan apetitoso manjar. En mi vida las he probado más exquisitas pero ninguna me supo mejor. Aún hoy rememoro en la papila de la nostalgia el sabor de los cangrejos de mar, condimento hoy en desuso, que no he vuelto a encontrar. Tampoco otras sobremesas de pipas y películas llegaron a esa maceración animica como las que viví en Villabuela y, por supuesto, extraño a toda la familia extensa, que hablando de los Vargas viene a ser como la nuclear.

A mi hermano Nando se le ha ocurrido la genial idea de volver a celebrar la Nochebuena juntos. Que junto a la paella formaban una suerte de rito antropológico Varguiense de dimensiones culturales sin precedentes. Se trataba de un ritual similar al Paellense, con la diferencia de un papanoel que hacia regalos a niños y mayores al son de villancicos y turrón. Al mando de los fogones se ponia el tío Enrique, que nos deleitaba con pavo asado con salsa de ciruelas y una lombarda apiñada, servido todo en una especie de larga mesa de color negro, flanqueada con sillas un tanto medievales y presididas por otras dos mas elegantes y mayestáticas que correspondían al abuelo y la abuela, que en realidad nunca se sentaba, vamos como hace hoy en cualquier comida familiar.
¡Que recuerdos! Desde la muerte del abuelo o incluso antes, ya no se celebra evento gastronómico alguno y Villabuela nunca ha sido lo mismo. Nos empeñamos en volver a comer entre semana pero no es igual, ya solo quedan recuerdos, bueno, y la tita Conchita.
Cuando la mami falte, desaparecerá con todos sus recuerdos, por eso desde estas letras abogaría por un imposible, recuperar la paella dominical. Pero como ya no está su artífice propongo una opción más realizable: celebrar la próxima nochebuena en torno a la mesa medieval , así como todas las que vengan hasta que Villabuela se cierre definitivamente.