UN HOGAR ACOGEDOR (Una Historia del Camino de Santiago del Norte.)
Que el Camino de Santiago se ha convertido en un negocio no es ningún secreto. Las famosas flechas amarillas a veces desvian el camino al antojo de hospederías, hoteles, pensiones, albergues privados, tiendas e incluso máquinas de vending. Todo el mundo quiere un trozo del pastel del peregrino. Por esta razón fue muy lindo encontrarnos un espacio de generosidad como es el Albergue San Martin de Laspra, un lugar donde nos recibieron como si fueramos de la familia.
Se trata de una antigua casa rectoral pegada al templo en su parte posterior. Reformada para servir al propósito de albergue. Se distribuye de la siguiente forma: en la planta de abajo se ubica hall recibidor, a pie de escalera está la mesa de inscripción, a la derecha un pequeño aparador hace las veces de altarcito con urna donde depositar el donativo, frente a la cual al lado izquierdo reposa una guitarra. Abre el pasillo a la izquierda el comedor y justo en frente a la cocina, por la cual se va al cuarto de lavadoras, frente al cual se dejan bastones y botas del camino. Por el hall se abre otra puerta al fondo a la izquierda que reza privado (vivienda o habitación de los hospederos?) y enfrente a la derecha, el cuarto de baño de hombres. Hay dos plantas más, la tercera permanece cerrada, mientras que la segunda alberga una amplia y cómoda sala de estar con tres piezas de sofás y una estupenda librería, con juegos, lectura variada en varios idiomas y algunos cachivaches del decathlon para hacerse automasaje. En esta misma planta están las habitaciones de los peregrinos creo que hay cuatro. Todas las habitaciones llevan el nombre de un continente. Completa la equipación de esta planta el cuarto de baño de mujeres algo más pequeño que el de hombres pero igualmente bien equipado. Los espacios son limpios y domina el blanco en las paredes con algunos dibujos coloristas en ellas, que dan al albergue una apariencia positiva, como de buen rollo.
Ya desde un principio pude dilucidar que no se trataba de un negocio. Revise mi guía del camino Gronze.com y entre muchos precios desorbitados fuera de los albergues municipales divise este de San Martin que no tenía puesto el precio de la noche. Llamé, la cálida acogida con la que me recibió Germain no vaticinaba capitalismo. De hecho, al preguntarle por el precio me dijo que se trataba de un albergue-donativo, que es como se conoce ahora a este tipo de alojamientos, que un tiempo del camino fue la fórmula más extendida de alojamiento, lo que antes se denominaron las antiguas hospederías o hospitales de peregrinos. Recuerdo cuando hice el camino en 1993 casi todos los albergues, incluso públicos, eran por la voluntad. Luego poco a poco se comercializó, primero fueron las administraciones que tasaron la noche peregrina y después, como no, la iniciativa privada terminó por mercantilizar el Camino.

En ese primer contacto Germain insistió en que debíamos llegar a la cena donde se juntaban todos lo peregrinos alojados. Lo cual precipito nuestra marcha, tanto que tuvimos que pillar un trenecito FEVE en Santiago del Monte (nosotros hacíamos el camino a la inversa, nuestro destino era Gijón) y adelantar unos seis kilómetros para llegar a tiempo a la cena, que por imperativo propio del camino se sirve a las siete para que los caminantes se acuesten pronto y se levanten aún más pronto. De hecho, cuando ascendíamos desde Piedras Blancas, donde nos había dejado el tren, nos llamó sobre las 18.20 para ver como íbamos… así que por fin llegábamos.

Nos recibieron con calidez y amabilidad como si de la familia se tratara y tras inscribirnos nos explicaron las normas y nos dieron bajera y funda de almohada de verdad y no las plastificadas versiones que tenemos que aguantar en el camino. El albergue lo regenta una curiosa pareja hospitalaria tan amable como acogedora. María, la portuguesa, educada en Andorra y con muchos años ya en España y Germain venezolano que afinco sus primeros años de inmigrante en Madrid y que por amor llego a estas latitudes, diremos que fue atraído por las ondas de la radio, sin entrar en más detalles.
Hay tiempo de ducharse, de preparar el catre, incluso de tocar unos acordes en esa guitarra de la entrada. Tengo rozaduras en la ingle y le pido a María si por casualidad no se han dejado algún peregrino una crema hidratante o una vaselina. Me dice que no, pero como alternativa me ofrece su propia crema específica para esos menesteres, encomendándome que se la devuelva antes de partir. Gesto que se agradece con toda el alma.
La cena es sencilla, pero nutritiva y sobre todo casera, hay ensalada y un plato compuesto por pisto casero, arroz blanco y para los carnívoros y no veganos, huevo frito. Podemos repetir hasta la saciedad de las verduras y el arroz, incluso Mario aprovecha el veganismo de un guiri para hincarle el diente a un huevo huérfano que ha quedado en el plato. No falta el pan, incluso hay vino joven que no perdonan los guiris que pueblan la mesa, los abstemios pueden coger bebidas, incluso helados, del frigo por la voluntad. Los hospederos comparten la cena con nosotros, el idioma dominante es el inglés, pues sientan en la mesa: un francés que antes del agape miraba al horizonte, tres alemanes, una de ellas con una contractura, una polaca y su hija, también polaca, que no quiere hacer el camino por tercera vez, un neozelandés amante del rugby y un holandés tartamudo con el que compartiremos camino y conversación al día siguiente dirección Avilés. El postre es yogur de sabores y la sobremesa se prolonga un rato. Mario (mi hijo) me traduce que están hablando de por qué en algunas playas la arena es negra. Flipo que comprenda hasta ese punto y que le haya quedado inglés. En ese momento los anfitriones anuncian un paseo voluntario a un mirador donde se ve el mar y la playa de Salinas desde lo alto.
Mario, el neozelandés y yo nos apuntamos. Nos acompaña María. Unos 20 minutos de charla de ida y de vuelta dan para mucho. Me sirven para hablar con Mario, para que María me cuente como se organizan el albergue y como conoció a Germain. Yo que soy muy preguntón, sacio mi curiosidad. Mario habla con el neozelandés de Rugby, y vuelvo alucinar de que le quedara el Inglés. María habla con Mario de los estudios y de las distintas posibilidades que se le abren cuando termine la Secundaria, momento en el que aprovecho para bromear con la posibilidad de que venga de voluntario al albergue para reforzar su inglés y de paso echar una mano a esta pareja entrañable. Desde el mirador, a una altura nada despreciable que mañana descenderos, oteamos Salinas, la lujosa playa de Avilés, el Museo de Anclas Philippe Cousteau y muy en el horizonte la ría de Avilés.
Tras el paseo, Mario coge la guitarra y tras interpretar varios punteos que ha practicado en casa: El bueno, el malo y el feo, Entre dos aguas y el Cara al sol… se decide por tocar La Flaca, en ese momento llega Germain que se une a la pobre cantada que hago yo acompañando a Mario, finalizada la canción de Jarabe de Palo, Germain solicita el instrumento y nos deleita con tres canciones, una no me acuerdo, Salvación de Arde Bogotá y Playa Girón de Silvio Rodríguez, todas interpretadas con maestría, pero la que encandila a Mario es la de Silvio. Ambos guitarristas (Mario y Germain) son autodidactas. Mario durante el camino me pide que le ponga canciones de Silvio y cuando llega a Madrid se pone con el Playa Girón hasta ternela controlada.
Terminamos la velada y mientras la asamblea de la ONU se va a la cama. Mario y yo hacemos ocio en los cómodos sofás de la Sala, él a su Instagram y yo cojo varios libros de la biblioteca que ya he leído y releo alguna parte, intentando escarbar en la memoria cuando lo leí y que significo para mí. Pienso tambien como debe ser la vida de María y Germain que cada día conocen a unas 10 personas distintas, cenan, pasean, hablan, desayuna con ellas y las despiden cada mañana.Como buenos españoles despertamos media hora antes de la salida del albergue y con la legaña pegada bajamos a desayunar los últimos junto a la alemana contracturada, en la mesa hay frutas, leches de distintos orígenes e ingredientes, cereales, tostadas, galletas, mantequilla, mermelada y zumos.
A 10 minutos de la salida, recogemos a toda velocidad nuestro saco y pertenencias. Dejamos nuestro donativo anónimo, considerando alojamiento, cena y desayuno. Bromeo de nuevo, por si cuela, eso de enviarles a Mario como voluntario y que de paso engrase su inglés. Me dicen que es posible. Aunque a Mario le faltan más de dos años para poder serlo.
Nos calzamos, cogemos nuestros bastones y nos despedimos en la puerta, no sin antes pedirles esta foto luminosa, agradecerles este hogar acogedor y familiar con el que nos han recibido. Y por último prometerles esta merecidísima reseña.