martes, 29 de marzo de 2022

LOS QUE NOS QUEDAMOS ATRAS. Crónica de un traslado desde las familias que no quisieron o no pudieron cambiarse al nuevo Colegio Siglo XXI (1983-1985)

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Este artículo, se ha escrito para formar parte del libro:   Cincuenta años educando en cooperativa,que el Colegio Siglo XXI ha editado coincidiendo con su 50 aniversario. 

Quiero agradecer a mi querido colegio la oportunidad que me ha dado al poder escribir sobre parte de su historia.

 

LOS QUE DEJAMOS ATRAS

por Patrick Narbona (antiguo alumno del nuevo Siglo XXI y actual cooperativista)

miércoles, 23 de marzo de 2022

EL CURSO QUE CAMBIO MI VIDA.( 7º de E.G.B. Curso 1985-1986 en el Colegio Siglo XXI de Madrid)


 

Este articulo, con la extensión de casi un capitulo,

  se ha escrito para formar  parte del libro:  

                         Cincuenta años educando en cooperativa,

que el Colegio Siglo XXI  ha editado coincidiendo con su 50 aniversario

 

- I -

 

 Corría el mes de noviembre del año 1985 cuando, en el recreo del comedor, plantamos una caricatura de don Gregorio en el encerado del aula de 7.º de EGB  del colegio privado Los Sauces (La Moraleja). Dicho acto nos valió a los intrépidos caricaturistas una redacción sobre el respeto en jefatura de estudios. Mi redacción, que todavía conservo, terminaba con un trasunto de las 95 tesis de Lutero sobre las bulas hipócritas de dicho centro educativo, que no compensaban el pago de las indulgencias que cobraban por tenernos escolarizados.  

 

Al día siguiente, formado militarmente en el patio como era costumbre, se anunció por megafonía que se había expulsado el día anterior a dos alumnos y que otro, con mi nombre, sería expulsado ese día, de modo que se me emplazaba a recoger mis pertenencias. Con la misma solemnidad que la fría voz de aquella fría mañana anunció mi destino, rompí la rígida fila para proceder a recoger mis cosas y caminé entre la gélida e incrédula mirada de compañeros y profesores hacia el despacho de Dirección.

 

Dichas tesis temerarias me valieron una expulsión del Paraíso, por quince días si me retractaba o definitivamente si no juraba obediencia. A dicha sanción mis padres argumentaron que tan revolucionarias posturas solo reflejaban la realidad en la que se encontraba inmersa el colegio. A lo cual argumentó el colegio que un novicio de esta tierna edad no podía expresarse en esos términos, ya que ninguna empresa ni institución permitiría tal libertad de expresión y tal osadía, lo cual dificultaría además mi ingreso en el mercado laboral.

 

- II -

Ante las preguntas de mis padres sobre si quería abjurar de dichas tesis y ante mi coherente respuesta y su apoyo total, esa misma mañana nos dirigimos desde La Moraleja a Moratalaz, donde, recién construido, tenía sede el colegio Siglo XXI, centro que mis padres, desde ya hacía unos años, tenían visto para nosotros. Ante nuestro relato, estupefactos el director-gerente Ramón Neyra y el coordinador pedagógico, me acogieron en ese mismo momento, tránsito que aproveché para cambiar mi nombre, ya que lo primero que me preguntaron fue cómo me gustaba que me llamaran. Qué mejor principio. Qué prometedor. Y yo, que en el otro centro incluso tenía número, aproveché mi disgusto con mi nombre Patricio para pasar a mi actual Patrick. Fue un verdadero bautismo. Cambié de sauce a siglero, de religión a laicismo, del orden castrense al asambleario, y ese cambio me transformó para siempre.

Si esto ocurrió un martes, al lunes siguiente debuté en el Nuevo Régimen. Todo me pareció novedoso porque en realidad no tenía nada que ver ni el sistema clásico de enseñanza, ni los compañeros, ni los profesores, ni las clases, ni el recreo, ni la comida, ni los conflictos, ni la clase de ética, ni las aulas, ni los pasillos, ni el tono de los educadores, ni los deberes, ni los libros, ni la música… Nada era como antes porque casi todo era nuevo.

“Aluciné al entrar, yo me quedé de piedra, ni un grito ni un fastidio, es algo que todos quieren…”, reza una canción rap de Javi Franco, un alumno del colegio en el momento en que se escribe este libro. Eso es lo que me encontré yo y mucho más que os cuento en las siguientes líneas. Puede que como anecdotario se torne algo inconexo, pero os ruego que no me lo tengáis demasiado en cuenta.

 

 - III -

Una de las cosas más fascinantes que pasaban en este nuevo colegio era que, en vez de moverse los profesores, se movían los alumnos, qué cosa más grande. Es decir, había un aula para cada asignatura donde encontrábamos al docente y el material necesario, ya que en este sistema no había libros y eso constituía para mí, quizás, uno de los retos más importantes y novedosos. No había libro de texto, aunque sí se utilizaban libros de texto: en cada clase había siete u ocho libros de varias de las editoriales de la materia que se aprendía en esa aula, pero eran a título orientativo, en realidad se trabajaba sin libros. El tema se decidía en asamblea. Era una forma de trabajar en horizontal, de forma que el material didáctico lo construíamos nosotros con el buceo de la documentación, que en aquella época no entendía de googles ni de wikipedias, sino de lectura de libros, artículos, visitas a bibliotecas y, sobre todo, lecturas en atenta diagonal para separar la paja del grano. También se realizaban visitas a lugares de interés y se revisaban materiales audiovisuales o entrevistas sobre el tema en cuestión. El papel  del profesor era de acompañamiento en este proceso, proponiendo, animando, ayudándonos a sortear los obstáculos, tramitando las visitas, facilitando las acciones y, por último, haciéndonos corresponsables en la devolución de los resultados.

 

 - IV -

 Al finalizar la EGB, en realidad sabíamos que nuestro nivel académico no era muy alto, pero salíamos cargados con una mochila de herramientas personales que ya les gustaría a otros, con dotes para el trabajo en equipo y la organización de proyectos que nos han acompañado en toda nuestra vida profesional. Esta pedagogía —influida por Piaget, Freire, el estructuralismo, el constructivismo y el Poema pedagógico de Makarenko, entre otros— me dejó poso en los casi dos cursos que estudié en el Siglo XXI; tanto es así que mi interés por las humanidades, la comunidad y la organización de la sociedad civil es una de las guías de mi actual vida.

 






 - V -

“El alumno como centro del aprendizaje”, así dicen en el documental del 40.º aniversario Emilia, Alejandro(s), Teo, Ramón, Jorge, Javi y otros profesores y padres del colegio, y ahora se me hace más presente que nunca que eso es lo que intentaron con nosotros. El alumno crecía desarrollando una capacidad crítica, no como mero receptor de contenidos, sino como constructor. Nos enseñaron a ser personas.

Maite fue nuestra tutora ese curso y el año siguiente; daba matemáticas, ciencias e inglés. Alejandro llevaba las humanidades: lengua, literatura, historia, sociales. El autoritario Pajarón, la gimnasia. Javi a la flauta, pero sobre todo a la guitarra. No me acuerdo mucho del de plástica (Héctor), que tocaba la guitarra mientras daba la clase, ni del de pretecnología (Ramón).

Recuerdo que en la clase de pretecnología se hacían unas maquetas que me parecían de otro mundo, donde motores y poleas desplazaban fuerzas. Los instrumentos eran martillo, segueta y soldador de estaño. ¡Cómo nos fascinaba ese aparato que fundía el metal! Todo cambiaba muy rápido, la teoría se convertía en práctica, y a veces era difícil distinguir contenidos teóricos de aplicaciones prácticas.

 

 - VI -

Entre los trabajos interdisciplinares que recuerdo más vivamente figura el que preparamos entre enero y marzo de 1986. Fue un concienzudo estudio titulado “La intención de voto en el referéndum sobre la OTAN en Moratalaz”. Se realizaron una serie de actividades: creación de una rigurosa encuesta pasada a pie de calle por los alumnos, análisis estadísticos y cruce de datos, debates a tres bandas (sí, no y abstención), análisis de resultados y contraste con lo pronosticado. Recuerdo vivamente a mi compañero Diego Fernández defendiendo a capa y espada y con estupendos argumentos la tan diabólica entrada de España en la OTAN, que toda la izquierda llevaba rechazando tanto tiempo y que posiblemente ayudara a la victoria de Felipe González, y también lo que muchas familias de izquierda y del socialismo de urna veíamos como una auténtica traición. Yo, que me decantaba por el no y que formé parte del grupo que defendía la abstención, finalmente comprendí los argumentos de mi compañero y su discurso entusiasta, docto y apasionado. Fue un debate que, pese al tiempo que hace de aquello, guardo en mi memoria y que me llevó a acercarme a Diego, con el que entablé amistad en el siguiente curso. Años más tarde, nos reencontraríamos en la universidad, donde fundamos una asociación de estudiantes, La Pepa, que reflejaba el espíritu de ese primer debate que nos unió: respeto y diversidad ideológica. Valores que habíamos vivido en el Siglo XXI. Hace poco, en una visita guiada por Moratalaz (que planificamos y guiamos padres y madres del colegio Siglo XXI a través de la Asociación Convive), me enteré de que el vicepresidente Alfonso Guerra tenía por costumbre consultar un muestreo a pie de urna en Moratalaz para prever resultados electorales, ya que se reflejaba en el barrio la realidad española. Quizás cogiera la idea de nuestro trabajo, aunque lo dudo, porque en nuestra encuesta de intención de voto salía un rotundo NO.

- VII - 

Al año siguiente, con Teo Camacho, seguimos trabajando así. En concreto, expusimos nuestras investigaciones sobre la historia del siglo XX en el hall del colegio dispuesto a modo de museo; esto, junto a una revista que publicamos, constituye el aprendizaje que seguramente ha perdurado más en mí, en mi gusto por las humanidades. Al final de un artículo publicado en el boletín del cole, dice Teo que “el trabajo escolar no tiene por qué quedarse en una evaluación o archivado en un armario. Porque se declara a la sociedad cómo se valoran los compromisos con el trabajo”.

Frases como estas pueblan el documental del 40.º aniversario: “El alumno debe entender la proyección real de un trabajo y el sentido de su personalidad en aquello que realiza” o “La devolución del trabajo al alumno, la repercusión de este y la autoevaluación eran los métodos donde el propio alumno valoraba su aprendizaje”. Sustituíamos la memoria por la experiencia, la manipulación y los conocimientos eran ya parte de nuestra vida con una solidez inusitada.

Me da rabia no documentar ninguno de los trabajos que hacíamos con Maite. Yo supongo que, como algún otro, estaba enamoradito de esta mujer: tenía una forma de hablar tan moderna y una forma de enseñar tan diferentes a cualquier otra de mis maestras anteriores… La única anécdota que recuerdo de nuestra tutora fue en clase de inglés. Todos sabemos que el inglés nunca ha sido el fuerte del colegio y, afortunada o desgraciadamente, sigue sin serlo. Pues bien, recuerdo una monumental bronca que nos echó Maite sobre nuestra actitud en la clase; ninguno, salvo Diego, podía tener esa actitud (gracias a su estancia de dos años en los Estados Unidos tenía el nivel adecuado y era el único que podía pasar de la clase).


- VIII -

Recuerdo las clases de Rafael Pajarón, el menos siglero de nuestros profesores, autoritario y siempre con gesto serio. Era seleccionador oficial del atletismo español y, quizás por eso, dejó a más de uno para septiembre. Todos nos acordamos de su test de Cooper, treinta niños y niñas corriendo por la manzana de enfrente del cole, con aquel frío intenso de primera hora y el siempre socorrido atajo entre los edificios, que luego cerraron. Las flexiones y un pedo furtivo que se me escapó en su clase, con el que Álex y Víctor me estuvieron martirizado buena parte del curso. Y esa vez que gané la única competición de mi vida deportiva, en salto de altura. Mi estatura batusi (mote que me colgaron ese curso) me permitió superar el 1,40 m e ir con la selección de los mejores del colegio al polideportivo de Moratalaz para un campeonato del distrito.

 

- IX -

El Siglo tenía especial cuidado en las artes (plástica y música). Sabemos que muchos chavales salieron artistas al cabo de los años. Mientras que la educación general básica ignoraba estas asignaturas, el Siglo las mimaba… Tanto es así que, si hoy preguntásemos qué es lo que más se recuerda del Siglo, estoy seguro que diez de cada nueve alumnos nos dirían que las canciones de Javi.

 

La música no fue santo de mi devoción. Yo, que venía de un colegio academicista donde el pentagrama y la flauta eran los dioses en partituras de origen popular, pero sobre todo clásicas, pasé de puntillas por la clase rocanrolera de Javi Lázaro. Cuando llegué, todos mis compañeros adoraban la guitarra de la que sacaban las más irreverentes canciones en todos los acordes posibles y solo “flauteaban” los estribillos. Yo nunca llegué a tocar la guitarra como ellos. En primer lugar porque mis compis ya estaban muy avanzados en su destreza y, en segundo, porque yo era y soy torpe de oído y peor de ritmo. Así que no tuve más remedio que refugiarme en el canto y el flauteo de estribillos pop. Muchos de mis compañeros conservan todas esas partituras que archivábamos en un cuaderno clasificador de anillas apaisado y donde rezaban títulos como La puerta de Alcalá, El tonto Simón, Camino Soria, Cruz de navajas, Marieta, Pongamos que hablo de Madrid, Días de escuela, Loco por incordiar y tantas otras.

El tránsito de la clase de música a la vida real lo hacía el carnaval. Fiesta grande de la izquierda laica del colegio, era nuestra Navidad y en ella se ponían esfuerzos pretecnológicos en forma de las más distintas figuras de papel maché que, cual fallas, se realizaban en clase con esmero y devoción. Esfuerzo también en las temáticas, en las chirigotas y las charangas compuestas, cantadas y bailadas por los alumnos. Y aquel febrero de 1986, recién muerto Tierno, nuestro alcalde querido, aquella canción homenaje que cantamos calle Preciados abajo en el mismo centro de la ciudad decía “Tierno Galván, alcalde de la ciudad…”, y Javi con su inseparable saxofón, vestido con camisa hawaiana y sombrero de carnaval, con toda la tropa en plena orgía carnavalesca desfilando hacia la Puerta del Sol.


 - X -

Al poco de llegar al colegio, terminó el trimestre y nos fuimos al cine. Pero no nos llevaron al cine como hacían en Los Sauces, donde un autobús nos llevaba de puerta a puerta y si podía ser al teatro, mejor. Aquí, nosotros decidimos la película, el cine y, por supuesto, el trayecto. Sesenta chicos y chicas de doce años, a Madrid2-La Vaguada, el primer templo del consumo. Y allí, en los primeros multicines que hubo en Madrid, qué mejor película que Regreso al futuro. Allí, con el pringadete de Marty McFly, estrenamos nuestra preadolescencia.

Uno de los momentos donde sentíamos mayor libertad nos lo proporcionaba el páramo de delante del colegio, que hoy es el parque donde juegan mis hijos, pero que antaño era un descampado similar al mítico parque de Manolito Gafotas, donde un árbol del ahorcado pelado en invierno y un banco con tres viejos eran la estampa de un Moratalaz en plena expansión. Aquel lugar sirvió para expandir nuestro raquítico patio y convertirlo en polideportivo donde practicábamos todos los deportes posibles. Incluso se llegó a poner de moda el béisbol y, por supuesto, el fútbol, improvisados los postes con abrigos y mochilas. Una anécdota curiosa que recuerdo en el descampado fue cuando encontramos unas maletas abandonadas que se convirtieron en bombas en la imaginación de los chavales, con intervención policial y aviso de bomba incluida. Eran los tiempos en que ETA asesinaba, también en Moratalaz. El Alcampo recién construido y el Ruedo eran nuestras fronteras, y mi libertad recién estrenada tenía esos límites.

 

- XI -

La libertad de movimientos hizo que me llevara por delante un coche a principios de junio del año 1986. Hacía calor y después de comer nos entreteníamos en llenar globos en la fuente y lanzarnos a la carrera para mojarnos unos a otros. Recuerdo que jugaba con Álex y Víctor en la búsqueda frenética de mojar más y ser mojado menos. Cuando estaba siendo atacado, dispuesto a vengarme, atravesé, sin mirar a los lados, la calle Lituania (en aquella época ya bocacalle de Diego de Valderrabano). El curso siguiente unos chavales pequeños me relataron el atropello sin saber que yo había sido aquel chaval al cual, según ellos, se le habían esparcido los sesos por la calle frente al colegio. Entonces experimenté en mis propias carnes las dinámicas sobre el boca a boca tantas veces ensayadas en el juego del teléfono escacharrado. Me desperté en un hospital con muchas camas, probablemente el Niño Jesús, y tengo vagos recuerdos, como si se tratara de flashbacks peliculeros: arrastrado por el suelo, con la rodilla abierta sangrando y viendo la misma rótula, entrando en la ambulancia, rodeado de mis compañeros… A quien no vi fue a Javi Reina, grande de cuerpo y corazón, corriendo entre rabioso y asustado tras la ambulancia hasta el puente de la M-30. Esa imagen que, por no haberla visto, solo rememoro en mi imaginación, me reconfortó en mi convalecencia mientras mis compañeros disfrutaban de la acampada estrella del colegio, la acampada de Doñana.

 

- XII -

El Parque Nacional de Doñana significaba todo un reto para los alumnos de 7.º de EGB.  Organizar la acampada de fin de curso no era, como ahora, tarea del tutor de turno. Los alumnos tenían que planificarlo todo: tiendas, vajilla, comida, excursiones, actividades, permisos, traslados y, por supuesto, financiación. Desgraciadamente, no recuerdo nada de la preparación. Yo, de esa acampada, solo recuerdo aquel largo verano tratando de recuperar mis piernas llenas de quemaduras de segundo grado. El más vivo recuerdo de la organización de esa acampada fue una conversación con Raúl Palomino en el trecho que iba desde la boca del metro Estrella hasta el cole diciendo que estuvimos a un palmo de ganar la quiniela de la semana. Método entonces poco ortodoxo (y hoy muy cuestionable) para financiar el viaje. Allí plantado, con su habitual desparpajo, su camiseta negra de Iron Maiden, que molaba mucho, su pulsera de chinchetas y su pelo heavy a juego, diciéndome que acertando una o dos más nos hubiera dado para ese viaje, el siguiente y todos los demás, incluso para hacernos millonarios. Él y Rubén Rodríguez formaban la sub-sub, comisión de financiación a través de los juegos de azar.

 

- XIII -

Por último, la asamblea, punto álgido de la vida en el Siglo XXI (en las clases de secundaria del actual Siglo XXI desterrada con el nombre de tutoría, y todos sabemos que lo que deja de nombrarse tiende a desaparecer). Aunque todavía mantengo la esperanza, pues en el rap mencionado anteriormente Javi Franco dice “asambleas curiosas conocí [en Primaria], con ellas problemas resolví”.

En aquella época la asamblea se hacía los viernes y era el rito antropológico de mayor trascendencia, la primera de todas las leyes no escritas de este Siglo, una seña de identidad. Esta reunión de ciudadanos en el ágora, donde los alumnos y alumnas, sin necesidad casi de levantar la mano, conversaban, discutían acaloradamente y llegaban a compromisos, hasta a unanimidades. Formados en un círculo irregular de iguales donde el tutor no era más que un moderador, un dinamizador o animador en el peor de los casos. Allí se verbalizaban los conflictos de la semana, los malentendidos, los cuchicheos, los acosos (que ya los había), y entre todos y todas se trataba de buscar soluciones, a veces irreales e imposibles y otras tantas veces reales y adecuadas porque varias cabezas de iguales piensan mejor que una sola.

 

- XIV -

Revisando las revistas de la época, encontré dos artículos que me hicieron mucha ilusión. El primero fue de mis primeros pinitos en la escritura periodística aficionada, un pequeño artículo en el número de junio de 1986, escrito en colaboración con Jordi, Antonio E. y Maite, que trataba sobre la primera cosecha que Miguel, alumno de 8.º, y yo pusimos en marcha en un pequeño pasillo de la parte trasera, seguramente donde hoy las BiciSigleras aparcan. Por tanto, estrenamos el huerto del Siglo XXI.

El otro artículo que me sorprendió relata un suceso que tengo totalmente borrado (aunque me ha contado Raúl Palomino que su hermana incluso lloró del disgusto). Se trata de una original idea que tuvieron nuestros enseñantes para revolver conciencias, incitar al debate cuando no al motín, y que sirvió para poner a prueba nuestra capacidad de análisis, nuestra resistencia ante la arbitrariedad, el razonamiento, el espíritu colectivo y el sentido del humor. El artículo decía así: “Un día cualquiera de abril. Los primeros grupos de alumnos que vuelven del recreo miran entre incrédulos, divertidos e inquietos una imagen insólita en la puerta de Secretaría. Allí, luciendo un hermoso conjunto de chaqueta y pantalón corto rojo, medias a juego del mismo color, puñetas blancas, cuello inmaculado y corbata de vivos colores, aparece el retrato de un elegante niño. Todo en él es pulcritud, atildamiento y, aunque la moda es atrevida, se nota que su aire es fino, como muy bien. Pero lo que más desasosiego crea son unas palabras escritas en rotulador bajo esa imagen: ‘Uniforme Siglo XXI, Curso 86-87’”. 

 


- XV -

Hay otros recuerdos, quizá menos nítidos, que han quedado para siempre en mi memoria. Quizás porque yo solo viví esos dos cursos y puedo separarlos del resto de mi vida. Una repoblación de árboles en pleno invierno, con las manos paralizadas por el frío, más allá de García Tapia, donde se construían los últimos pisos de Moratalaz. Las constantes salidas a museos, teatros y musicales. Los micrófonos que los Dagoll-Dagom llevaban en aquellos pelucones. La clase de sexualidad y mis veinte preguntas acerca de todos los aspectos sobre los que siempre quise saber y sobre los que nunca me atreví a preguntar. El relato de Álex sobre las jeringuillas abandonadas en los parques de su barrio de San Blas. La envidia que teníamos porque Antonio Espejo vivía literalmente encima del colegio y se levantaba diez minutos antes de empezar las clases. Los alumnos que vinieron del colegio Ágora (Moncho, Eugenia y Lucía). La pescadería del padre de Enrique. Bajar en el comedor a las clases de los pequeños para dinamizar sus juegos. Los juegos de mesa que teníamos en clase (el cuatro en raya y el Risk). Lo buena portera que era Eva Cobo y los memorables partidos en la cancha de Diego Valderrábano. La sentada a las doce de la mañana en esta misma calle para conseguir un semáforo o, al menos, un paso de cebra (no lo recuerdo bien). La casa de Víctor en Tres Cantos, una pedanía de Colmenar compuesta por cuatro calles fundada en 1982. Cuando espiábamos a alguna chica de las más desarrolladas dándose el lote con alguno de octavo en el jardín de preescolar. Cuando descubríamos con sorpresa que tal o cual padre era de derechas. La recién estrenada Radio Berrido, la emisora con el mejor sonido, que pusieron en marcha alumnos de nuestro curso el 17 de abril de 1986 a las 15:35 con el Himno de la alegría. La visita a la piscina de la Elipa todos los mediados de mayo para estrenar la temporada, toalla al hombro, y descubrir que los chicos seguíamos siendo niños con cuerpo y mente de niño, mientras que las chicas ya eran mujeres con cuerpo y mentalidad de mujeres.

 

- Epilogo -

Qué frágil es la memoria. Sin embargo, la mente humana es el músculo más flexible: poco a poco despierta una conversación con un compañero o el recuerdo de un profesor desentumece un nervio y una neurona protesta por la memoria histórica olvidada… Y, así, un recuerdo lleva a otro, reconstruyendo desde una vida la memoria colectiva: esa es la única forma de regresar al pasado, querido Marty McFly.

 

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Este curso 7.º A, lo experimentamos en libertad los siguientes niños: Eugenia, Lucía, Iván, Patricio, Pablo D., Pablo H., Diego, Ricardo, Reyes, Javi, Maravillas, Raúl, Mónica, Nieves, Ana, Silvia, José Enrique, Rubén, Moncho, Antonio E., Antonio G., Mauricio, Álex, Víctor, Moncho, Yago, Analís, Carolina, Jorge, Quique, Manolo y yo.

 

Yo me llamo Patrick Narbona Vargas, alumno del Nuevo Colegio Siglo XXI entre noviembre 1985 y junio de 1987 y actualmente cooperativista de la COIS.