domingo, 6 de enero de 2008

ALFONSO PANTOJA, El Solitario

Le conocí, in profundis, en las pistas de patinaje del Retiro una tarde lluviosa de la primavera del 90. Mientras todos nos refugiábamos bajo los centenarios árboles del paseo de coches él lloraba, cabeza gacha, dando vueltas en círculos, sin entender porque le había dejado su primera novia; tantas ilusiones y en apenas un mes habían terminado en fracaso.
Al fin de semana siguiente se apartó del grupo y se colgó en su chaleco el nombre de “El Solitario”, mostrando su dolor y proclamando su ostracismo. Fue entonces cuando, más allá de la admiración por el patinador, descubrí a la persona, fue cuando ganó mi amistad más allá de la camaradería que ya nos unía.
Desde entonces y hasta ayer mismo, cuando le vi postrado, mejor dicho tumbado, en una cama hospitalaria y una pierna amputada tras un aparatoso accidente de circulación, le he admirado por la forma determinada y valiente de afrontar la vida.

Fonso, “El Solitario” ha sido uno de los mejores Rollers de Madrid. Tenía un peculiar estilo propio, sus botas Risport Láser blancas del 43, toda pirueta o habilidad era realizada por sus pies, tenía estilo hasta para no caerse. Sólo en dos ocasiones le vi morder el polvo: una por la rotura de un eje que le dejó sin venir a mi cumpleaños y otra en una cuesta de Hortaleza que bajó en 5 o 6 movimientos para finalmente caer de culo.
Durante la adolescencia hubo alguna que otra prohibición paterna como salir con chicas, pero fue superada con burla e ingenio. Recuerdo una paliza inmerecida que se llevo de los villatanos (que eran unos delincuentes juveniles en patines muy temidos en las pistas) y que finalmente tuvieron que disculparse porque la cosa no iba con él.
En su vida ha tenido numerosos enfrentamientos con su familia,
amigos (recuerdo unas vacaciones en Estepona en las que terminamos sin hablarnos), conocidos y enemigos. Es lo que tiene ser de fuerte personalidad, férrea determinación y convencida independencia, cualidades que le han llevado a hacer y realizar todos sus proyectos e ideas por encima de deseos, prohibiciones y consejos. Probablemente a pesar de nuestras diferencias le respeto y le quiero por ser así.

Me lo comunicó el día 28 de diciembre (Santos Inocentes) y como es de buen humor, me reí en su cara porque cuando te han cortado una pierna no estas para fiestas. Colgué el teléfono con un nudo en el estomago y dispuesto a comprobar la veracidad del asunto. Tras una llamada al “12 DE OCTUBRE”, me convencí de que era cierto y sin embargo en el trayecto al hospital rezaba para que lo de la pierna fuera una inocentada de Al. Cuando entré en la habitación efectivamente allí estaba en la cama, incorporado, trasteando con su portátil, sonrisa de oreja a oreja. Mi mirada inevitablemente se deslizo hacia las sabanas, confirmando mis peores sospechas. Le acompañaban su madre, que en más de una ocasión nos trato como si fuéramos sus propios hijos, y su padre que derramó-secó lágrimas en un mismo acto ante mi presencia. Sus ánimos contrastaban con el de Alfonso, de hecho me sorprendió la reacción del padre al que yo siempre había tenido por un hombre recio, parco en palabras y autoritario.

Cuando contó con pelos y señales el accidente y yo lo fui reproduciendo en mi mente cual anuncio gore de la DGT, supe que la frialdad con la que afrontó ese crítico momento era parte de esa determinación, voluntad y habilidad que mostraba habitualmente en su vida. Relataré el accidente, no con morbosa descripción, sino para que se den cuenta de cómo es este tipo:
En su ya habitual Linares-Madrid, el pasado 24 de diciembre, entraron de repente y sin aviso en una zona afectada por un extraño fenómeno metereológico de neblina que forma placas de hielo. Viendo que el coche era incontrolable y debía serlo, porque Al conduce fenomenal, lo estamparon lateralmente contra otro. Quisieron abandonarlo previendo que vendrían otros a embestirlo pero ante la ausencia de su novia volvió donde ella se había quedado atrapada. Advirtió en ese momento que se acercaba otro vehículo a gran velocidad, cerró la puerta y se apartó, colisionando éste contra su coche y desplazándolo unos 50 metros. Atravesó la carretera de nuevo hacia él, abrió la puerta para sacar a Patricia, ¡Cuidado! - grito ésta, tiempo suficiente para cerrarla y con pertinaz sangre fría, saltar para que otro vehículo no le pillara las piernas puesto que sabia que eso sería su fin. Consiguió poner una pierna a salvo, su cabeza rompió la luna del parabrisas y por un momento perdió el conocimiento despertando a los poco segundos con la otra pierna destrozada. Fue capaz de hacerse un torniquete y arrastrarse tras los quitamiedos de la autopista, alzando el brazo para hacer señales cuando media hora después llegó la ambulancia. Cualquiera de nosotros habríamos muerto en cualquier momento de la sucesión de hechos relatados, o simplemente desangrados. Conservó en este momento crítico de su vida todas sus mejores cualidades

Por eso cuando le vi en la cama, incorporado con su portátil como si aquello hubiera sido una operación de apendicitis y el buen humor que le caracteriza, supe que aquella limitación no era mas que un nuevo reto como lo había sido los patines, la escalada, la espeleo, las motos, salir de casa, estudiar su ingeniería, emprender proyectos, enfrentarse a sus padres por lo que quería, … formaba parte de esa personalidad fuerte y determinada, de esa habilidad para no caerse o caerse con estilo que yo siempre había admirado. Y aunque sé, y el también, que llegaran tiempos difíciles también sé, sabemos los que le conocemos, que superará lo que se le venga encima porque ese es su carisma: volutantad férrea, capacidad para emprender e independencia.

Te quiero, amigo