miércoles, 6 de junio de 2007

LA ECONOMIA DEL AFEITADO

En abril del 2004, compré para mi cuñado, una espuma de afeitar con la que regalaban un jabón para el afeitado. Aprovechando la oferta, ya me conocéis, me compré otra. Como Juan no quería el jabón me lo quedé. En Abril de 2007 apuré la última brizna de jabón, lo que me hizo reflexionar sobre la economía del afeitado.

El caso es que mi relación con dicho producto va mas allá de estas fechas. Al principio lo utilicé inducido por una absurda imitación decimonónica a mi abuelo materno, que usaba brocha y navaja. Como esta solo me producía cortes y yo por aquella época era inberbe, decidí apartarla y dedicarme solo al jabón, que luego se convirtió en mi mejor antiacné, por consejo de mis primas Testón, luego me di a espumas, cremas y geles , hasta que el azar y mi cuñado me devolvieron el gusto por el jabón de afeitar.

En el vertiginoso mundo consumista en el que vivimos, como se concibe que un ciudadano medio tenga esta
parquedad de gasto, hasta este momento las espumas de afeitar me habían durado dos meses como mucho. Tampoco es que yo me afeite dos veces al día y ya conocen mi eterna barba sin bigote, pero lo cierto es que he aprendido a dosificar hasta un punto patológico.

Es este el verdadero secreto del ahorro, es decir, gastar lo que se necesita ni más ni menos. Tras el jabón de afeitar han venido los geles, champúes, colonias y enjuagues bucodentales; antigrasas, limpiacristales, lavavajillas y limpiasuelos que metidos en dosificadores o correctamente dosificados, multiplican su vida útil por tres o cuatro.

Sólo queda la resignación cuando pasas sin detenerte por el pasillo de droguería y ves todos esos maravillosos productos de colores imposibles. ¿Saben lo peor? esta tan parca como calvinista constumbre se me esta contagiando al tema alimenticio, eso sí, mi economía mejora, pero empeora mi ansia consumista, a riesgo de convertirme en un ciudadano antisistema.