martes, 26 de junio de 2012

LA MUJER QUE TENÍA... por Juan Manuel de Cárdenas Gallego

Mi suegro, que es historiador aficionado, coleccionista de palabras y también  al parecer, y para  sorpresa mía, constructor del relatos cortos, ha escrito este pieza como recreo a los lectores que siguen  unos  articulitos históricos con el que nos obsequia cada semana y  que llama HISTORIA PARA AMIGUETES. 
En una ocasión en el cementerio de Ginebra visitamos la tumba de Borges porque Maca me dijo que a su padre  le encantaba Borges. Leyendo su relato no puedo negar esa realidad. Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis tanto como  lo he hecho yo.



El día en que tuve la oportunidad de realizar la autopsia de Angeline (pronúnciese Anshelene, porque era francesa; si hubiese sido británica, que no es el caso, se hubiese pronunciado Anyelain) Descartes fue, junto con aquel en que el Binéfar C.F. ascendió a 2ª B, el más feliz de mi vida.

He de decir, empero, que sacar adelante aquello no fue fácil, pues Angeline, desde un primer momento, se mostró renuente a colaborar presentando mil efugios a cual más débil; que quién iba a pagar mi intervención, que si no se había lavado los pies esa semana, que si no estaba muerta  del todo... en fin, excusas de mal pagador que ella exhibía más con ánimo de quitarse de en medio que de demostrar su  auténtico convencimiento de la inutilidad de la necropsia que le proponía.
Pero yo le hablé quedo en la orejita haciéndole ver las ventajas de tener ya la autopsia hecha; que si eso que llevaba ganado para el día del deceso; que si todo lo pagaba el Igualatorio Sanitas y, en fin esas cosas que se dicen en estos casos. Además, en las pausas de mi susurrante parlamento, tiernamente le mordisqueaba su dulce lóbulo auricular de manera que poco a poco la fui convenciendo.Así que la pobre, cuando se quiso dar cuenta, estaba totalmente corita y decúbito supino sobre la mesa de la cocina, a la que mis ayudantes habían ido ya quitando las migas de pan que ensuciaban su superficie así como restos de la zanahoria que momentos antes partía nuestra hembra para preparar un suculento ragoût de choto.
Con profesional mirada eché un rápido vistazo hacia el magnífico cuerpo de Angeline sin que, a primera vista, pudiese apreciar nada. Pero justo cuando mis ayudantes iban a dar la vuelta a aquel corpore insepulto para verificar su envés, me di cuenta de que la tía tenía clavado un azadón en el 5º espacio intercostal del hemitórax derecho.
Me acerqué a la prácticamente difunta y le musité al oído.
-¿Y eso?
-¿Eso? ¡Ah sí! Es un azadón marca La Bellota.
-¿Y duele?
-No mucho. Sólo al ponerme la faja.
Ordené a mis ayudantes que se lo extrajeran con cuidado y lo conservasen en el congelador pues, empezaba yo a deducir, podría ser futura prueba de un envenenamiento de la señorita que estaba tumbada allí, sobre la mesa de la cocina.
Dieron al fin mis ayudantes la vuelta al cuerpo de Angeline y, ya decúbito prono la pobre, la examiné con atención observando unos extraños corpúsculos ubicados en cada una de sus corvas.
-¡Cachis la mar! -blasfemé sin poder contener el exabrupto.
-¡Ah bueno! -aclaro la mujer- Es que se me había olvidado decirle que yo soy... que yo soy...  ¡Que yo soy la mujer que tenía rayos X en las corvas!
-¿En las corvas?
-Como lo oye, en las mismísimas corvas.
-Pues no me diga más. Eso va a ser.
Entonces me vi obligado a darle un disgusto importante, porque yo podría haberle extirpado tan incómodos adminículos en un pispás con una llave Allen y un cortafríos, pero lamentablemente, tal tratamiento no lo pagaba Sanitas y, si Angeline quería que yo extrajese los aparatos de rayos X, podía hacerlo, sí, pero corriendo ella con los gastos.
-¿Y a cuánto me saldría?
-A unos 300 euros.
-¿Cada corva?
- Cada corva. Pero si quiere usted que le opere las dos le hago un 10 % de descuento en ambas y si quiere usted que le opere 3 le hago un 15 % en todas ellas.
-Ya, pero yo es que no tengo más que dos corvas.
-Eso es cosa suya: yo le digo lo que hay.
O sea, que tras mucho regatear acordamos que le quitaría sólo uno de los aparatos de rayos X (el de la corva izquierda) y luego, más adelante, para la próxima autopsia, si se terciaba y ella había quedado satisfecha, pues haríamos el resto.
Fue terrible. En mis 12 años como podólogo nunca había tenido que realizar una extracción de rayos X en las corvas tan cruenta como esta. Angeline se quejaba dulcemente:
-¡Hijoputa!
Pero yo sabía que la procesión iba por dentro y que sufría como una bestia infrahumana (que, por lo demás, es lo que era). La efusión de sangre era atroz; la fiebre altísima; la tensión disparada; el azúcar, como la prima de riesgo, por las nubes y la conga, de Jalisco. En aquellas circunstancias yo rezaba para que el Señor se la llevase a su Paternal Seno, pero nada; el Señor ni caso. Solamente tuvo un momento de felicidad cuando le enseñé la violácea pierna que le acababa de amputar; entonces vi asomar a sus labios un rictus de alegría y a sus ojos unas lagrimillas como de emoción (o acaso de risa).
Vino el arcipreste de la cercana parroquia y, allí mismo, ofició las exequias por la difunta pierna pues, he de reconocerlo, al amputarla estuve poco hábil y se me murió, yo creo que de una tosferina. Angeline estuvo muy serena durante toda la ceremonia y sólo rompió a llorar cuando el presbítero alcanzó los 39 minutos de inane homilía.
Bueno, pues creían ustedes que todo esto es muy bonito y que todo salió bien y esas cosas ¿No? Pues no señor. La tragedia vino cuando, estando ya casi en la puerta despidiéndome de aquella mujer a quien acababa de dejar coja con tanta profesionalidad, le pido los 300 machacantes y me espeta con una cara de desafío impropia de su sexo y condición que, simplemente, carece de semejante cantidad. No sólo eso, sino que cuando le demando alternativamente la tarjeta de Sanitas. me salta con que la tenía caducada.
Así que, ante trato tan inicuo y al que no creía haberme hecho acreedor, pedí a mis ayudantes que prendiesen de nuevo el azadón en el hemitórax derecho de Angeline, pero ahora no en el 5º espacio intercostal, sino en el 4º. ¡Ea!
¡Ah! Y además me quedé con el aparato de Rayos X que le había extraído de su corva izquierda.
No se pueden ni imaginar ustedes lo terrible que es ser podólogo de guardia. La próxima autopsia a Angeline se la va a hacer su padre.

Canel.