viernes, 29 de abril de 2022

PANTANOFILIA

Uno de nuestros más significativos y más comunes accidentes geográficos es el Pantano. A nosotros, los españoles, nos encantaría tener grandes lagos naturales donde el abundante agua fluyera y no se estancará creando charcos ponzoñosos, pero este es en buena parte un país de meseta y no la idílica, verde y acuosa suiza. Es recomendable visitar una vez en la vida nuestros pequeños y montañosos lagos (Covadonga, Somiedo, Aigües Tortes y Fuentes Carrionas) porque su belleza, aunque sea de alta montaña, nos trasporta a lugares idílicos. 

 

Nosotros tenemos, en buena cantidad pantanos y en buena parte se lo debemos a un señor bajito que gobernó con mano férrea.  Surgieron de la necesidad histórica de almacenar agua para regar los campos y abastecer las ciudades, pero sobre todo de la necesidad de producir energía eléctrica para un país y en un momento que necesita de ella para desarrollarse. La pertinaz sequía se secó a base de pantanos y el pertinaz subdesarrollo se desarrolló a base de la electricidad que producían aquellos.

 

Rodro y Mario sobre un embarcadero en el Embalse de Aguilar de Campo (vacaciones verano 2015)

 

Nunca percibí los pantanos como suministradores de agua y/o electricidad. Y gracias a Dios, tampoco los viví desde el punto de vista del desgraciado labrador que vio su pueblo, sus tierras, su vida inundada para que el progreso llegara al país. (leer Distintas formas de ver el Agua de Julio Llamazares


Yo, que nací en el año 1973, he disfrutado del pantano de forma muy distinta, más bien como un centro de ocio, cuando aún no existían los centros comerciales, de un pedazo de mar en la meseta castellana cuando aún no había posibilidad ni dinero para viajar a la playa con la frecuencia y rapidez de hoy en día.

Antiguo Pueblo Sumergido de San Andres, los niños corren entre las ruinas del pueblo parcialmente decubierto por la Sequia. En el primer plano Trufa.

 

 

Pantanos memorables en mi vida, fueron dos relacionados con casas de vacaciones familiares. Uno en Sacedón, en la provincia de Guadalajara y otro en Villaviciosa de Córdoba

En el de Entrepeñas, en plena Alcarria, mis abuelos paternos tenían una chalet (del que por herencia recibí un 12% que nunca pude disfrutar) y donde, próximo a Madrid, se practicaban todo tipo de deportes acuáticos, como el windsurf, esquí acuático, vela... Recuerdo vagamente paseos y baños en la orilla, pelotas y colchonetas hinchables de ese material verde teloso que desapareció hace tiempo, barbacoas y un perro negro nadando, Atila, creo que se llamaba.... cerca había un club náutico, Las Anclas, incluso una urbanización, del mismo nombre, que en medio de la Alcarria contaba con 6 pisos de altura y vistas al pantano...

El Otro, el de Puentenuevo en Villaviciosa, muy cerca de donde mis abuelos poseían un trocito de cortijo, lo disfrute menos, solo recuerdo la parte de Camping (construido en el antiguo poblado donde los obreros vivieron mientras se construía la presa) y el desasosiego que me producía el saber que debajo de dicho pantano había enterrada una antigua estación-apeadero del tren. Cuando íbamos a bañarnos a esa zona, con una mezcla de terror y curiosidad histórica, caminábamos como Cristo por encima del agua, hasta bien entrado la mitad del pantano, con el agua por las rodillas, expectantes a cada paso, ya que el puente que no veíamos bajo nuestros pies tenía agujeros, trozos rotos que te hundían en el ponzoñal. Una vez qué llegábamos a un torreón visible rodeado de agua, donde en los años cuarenta estuvo la estación, subíamos por el tejado para imaginar el paisaje antes del pantano

 

 Todos los pantanos con los que me he cruzado en mi vida los he tendido a comparar con estos dos, pero cada pantano me aporta cosas nuevas y cosas vividas, los ausculto, buscando vestigios turísticos, detalles en una especie de prospección arqueológica de tiempos recientes.

 

Embalse de Cervera del Pisuerga, con el Parador en el Horizonte

 

  Es curioso y hasta melancólico y posindustrial cruzarse con los pantanos hoy en día, incluso vacacionar en ellos. Los pantanos tienen algo de rancio abolengo y al mismo tiempo de chabacanería y cutrerío. Son playas del quiero y no puedo y sin embargo fueron una forma de vida y ocio, que si lo pensamos fríamente puede compararse con cualquier playa, salvo que lo que siente uno al meter los pies es más parecido a un barrizal que a una arena lisa y la orilla más incomoda y abrupta, casi inexistencia de chiringuitos y de las características olas. Y sin embargo tiene unos atractivos que la playa no tendría, entre las más apreciadas: no hay bandera que te impida el baño, tienen sombrillas hechas de árbol, la distancia con la siguiente bañista eterna, un paisaje que no es solo mar y un sabor que no es todo sal. A algunos incluso, en ese quiero y no puedo, se les construyeron playas con arena y todo, chiringuito, red de vóley, cuartos de baño y hasta duchas.

 

En fin, los pantanos, hoy en día denostados, apartados y subyugados a vacaciones en el interior, han perdido pujanza puesto que hoy las autopistas surcan la península sin bajar de 120  km/h (como antes lo hacia una ardilla  sin tocar suelo), para llevarnos a mil y una playas de lujosa arena y sabor genuino y sin embargo, cuando veraneo en el interior o finisemaneo, busco como un antropólogo posmoderno la decadencia del pantano, sus infraestructuras ajadas, sus clubs náuticos muertos, su urbanizaciones pasadas de moda, sus zonas de baño con sus caducas infraestructuras, sus presas marchitas (hoy solo miradores empobrecidos), los poblados abandonados donde habitaron sus constructores, las oxidadas placas inaugurales, la piedra esculpida con el yugo y la flecha , sus pinos de repoblación perfectamente alineados.... Lo busco como anhelando, en el fondo de mi alma, que vuelva su época de esplendor o retorne mi infancia ya olvidada.

 

                                    Canduela, montaña palentina, tierra de muchos pantanos. Agosto 2015