Crítica de cine: “La Cena” (2025) de Manuel Gómez Pereira: una peli de tres tenedores
Ayer salí con harto de reír (o mas bien sonriente) por no llorar después de ver La Cena, la nueva película de Manuel Gómez Pereira, autor de insignes comedias noventeras que encantaban a papá, como Todos los hombres son iguales (1994), Boca a boca (1995) y El amor perjudica gravemente la salud (1996). Aunque en sus años de plenitud este director se dedicó a la comedia desenfadada, en su madurez —tras dirigir capítulos de las series Velvet o Gran Hotel— nos invita a cenar en la tradición de la tragicomedia, al más puro estilo berlanguiano.
La Guerra Civil constituye un grave drama para todo español que se precie, y tomarla a guasa no es plato de gusto para nadie —por no salirnos del tema culinario. Sin embargo, afrontar este sin dios con algo menos de gravedad ayuda a digerir mejor el drama de esta guerra fratricida, que aún se sigue colando en el imaginario actual, en la confrontación diaria entre izquierdas y derechas y con el siempre recurrente tema de la bandera rojigualda.
Se me ocurren intentos loables de acercarse a este fenómeno histórico quitándole algo de hierro al asunto, como la aclamada novela en clave de realismo mágico La península de las casas vacías, de Uclés (2024), o la película El laberinto del fauno (2006), del gran director mexicano Guillermo del Toro, un acercamiento en clave de fantasía a la Guerra Civil. Sin embargo, el principal precedente de La Cena radica en el hambre de la tragicomedia berlanguiana sobre la guerra: La Vaquilla (1985).
Pero vayamos a cenar con Franco, que es para lo que hemos venido. Dos semanas después de terminar la Guerra Civil, y con la entreverada excusa de celebrar ese hecho Franco invita a 60 comensales, la flor y nata de la España vencedora, a una cena en el lujoso Hotel Palace, convertido en hospital de campaña. Recién liberada la capital del “terror rojo”, como dirían los ilustres comensales que asisten a tan magnánimo homenaje.
Los protagonistas encargados de preparar esta magna cena son: un desorientado teniente del glorioso ejército nacional, el maître del hotel —monárquico de costumbres liberales—, un falangista con tintes maníacos, y un equipo de cocina a punto de ser fusilado por ser un nido de comunistas. Entre ellos: un pobre sommelier ignorante y enamorado y una jefa de cocina con dos ovarios, dirigente anarcosindicalista de la CNT, junto a otros personajes que no se pueden desmerecer (camareros falangistas y represaliados del Madrid republicano, una banda musical de señoritas, una ambiciosa mujer del teniente, un sargento grifado, un Franco tibio, una Collares dominante, una Guardia Mora servicial…). Ingredientes humanos esenciales para la preparación de una cena imposible, en un tiempo imposible y en un Madrid imposible.
![]() |
| Casas y San Juan el dúo interpretativo protagonista |
A destacar la actuación de Alberto San Juan, cuya madurez —como la de Gómez Pereira— nos ha brindado este gran personaje, adalid del entendimiento entre las fuerzas vivas que organizan el convite. Comparte duelo artístico con el guaperas Mario Casas, que interpreta a un indeciso teniente con sueños de fotógrafo truncados por la guerra. No sé qué pensar de su actuación… cuando la veáis, me decís vuestra opinión.
Este cóctel de personajes solo puede llegar a ser explosivo. Nosotros, los espectadores, auguramos futuros desenlaces a lo largo del metraje para finiquitar la película. En un punto, me sugirió la película Evasión o victoria (1983), donde un equipo de los aliados de fútbol se enfrentaba a un equipo alemán y tenían que decidir si ganar o evadirse.
En fin, la película trata infinidad de temas que quienes tenemos reciente la lectura del libro de Uclés, o quienes somos conocedores del drama guerracivilista, tenemos muy a flor de piel. Por eso, uno no sabe si reír o llorar. Porque es tal la magnitud de la tragedia que aquí se cuece —junto a esos huevos que tanto gustan a Franco— que podemos visionar la cinta desde la seriedad más absoluta o desde una risa prudente pero constante, que no se apaga, que insiste en abrirse paso entre las sombras de la historia.


